«En Dios vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17, 28).

Ver las lecturas de hoy, 8 de diciembre.

Miedo (Gn 3). Tenemos miedo a presentarnos a Dios como somos. Como si pudiéramos ocultarnos de él. Y ante la certeza de nuestras insuficiencias, en lugar de reconocerlas, nos dis-culpamos, echamos las culpas a los demás.

Misericordia (Sal 97). No nos damos cuenta no sólo de la imposibilidad de ocultarnos ante Dios, sino de su infinita acogida para con nosotros, incluida nuestra limitación. ¡Cuánta angustia ahorraríamos si confiáramos en ella! ¡Cuántos cánticos de alabanza elevaríamos!

Acogida (Rom 15). Si nos hacemos conscientes de esa acogida incondicional por parte de Dios, ¿no aprenderíamos a acogernos mutuamente unos a otros? ¿Qué mayor signo de esperanza que esa acogida mutua en los brazos de Dios?

Gracia (Lc 1). Ya tan sólo hace falta abrirse a la acción directa de Dios para poder engendrar algo grande, siguiendo la disponibilidad de María.

Nada más natural que sentirnos en el seno de Dios para aceptarnos a nosotros mismos, en nuestra grandeza y, sobre todo, en nuestra debilidad, y para aprender a acogernos unos a otros.  Si, además, aprendemos también a acoger y a vivirnos acogidos por la madre naturaleza, a reconstruir la conexión que somos, probablemente estaremos en el mejor camino de esperanza que podamos imaginar.

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