Profundamente espiritual y, a la vez, profundamente real, la reflexión que hace unos días ofrecía el papa Francisco en su audiencia de los miércoles. En sintonía con la Jornada Mundial del Medio Ambiente, que se celebraba ese mismo día, se preguntaba si los seres humanos habíamos sabido custodiar la creación, siguiendo el encargo que el mismo Dios nos había transmitido en el Génesis. Y avanzando aún más por este camino, y poniendo en relación la «ecología medioambiental» con la «ecología humana», subrayó el peligro que atraviesa la persona en esta época de crisis, por culpa «de una economía y unas finanzas carentes de ética»; «la moneda manda», y «las personas son descartadas como si fueran residuos». «El consumismo nos ha llevado a acostumbrarnos a lo superfluo»; también «al desperdicio cotidiano del alimento», lo que, en un contexto en que tantos seres humanos pasan hambre, es calificado como un auténtico robo a la «mesa del pobre».

Interesante, sí, interesante y contundente. Es evidente que hay que trabajar por «una cultura de la solidaridad y del encuentro». Porque el encuentro facilita la solidaridad y llega a convertirla en cuidado. Cuidado del ser humano, cuidado de la creación.

MIGUEL ÁNGEL