4ª semana de Adviento: Inminencia.
Domingo 22. Presentación de la cuarta semana
Is 7, 10-14
Sal 23, 1-6
Rom 1, 1-7
Mt 1, 18-24
La Virgen sueña caminos, está a la espera.
La Virgen sabe que el Niño está muy cerca.
No queda nada. Después del camino recorrido, estamos ya a las puertas.
A pesar del más que probable cansancio,
la alegría de la meta nos da un impulso extra para continuar.
A pesar de la oscuridad reinante y del silencio inquietante de la noche,
somos capaces aún de vislumbrar la estrella de esperanza que nos guía desde el cielo.
No podemos parar ahora. Ya casi hemos llegado.
Los peregrinos sabrán que no existen ampollas, ni dolores ni cansancio que valga
cuando se vislumbra la catedral de Santiago desde el Monte del Gozo.
No se puede parar. Es imposible parar.
Es inminente la venida de Jesús.
Es inminente su llegada a tu vida y, a través de ti, al mundo.
Es inminente su luz. Está por todas partes.
Tan inminente como era (y no lo sabíamos)
la aparición de Francisco refrescando su Iglesia cuando menos se esperaba.
Tan inminente como el cambio que ya se respira en el aire y que llegará.
Pero no te agobies. Por si nos pilla despistados, María, su madre, nuestra madre,
la campesina de Nazaret y profetisa del Magnificat,
ya se está encargando de soñar los caminos.
Caminos que nos pongan al encuentro de su Hijo
en el injusto portal de Belén para multiplicar, desde ahí, la esperanza.
Alabanza de las piedras
“(…) Amanece.
No hay vuelta atrás.
Es el cambio que viene
y no hay mayor denuncia
que comunicar la esperanza.
Es la hora.
Es esta hora.
Una constelación de descalzos
marca el sendero:
son los hijos del hambre
que creyeron en la promesa.
Ha llegado el tiempo de la liberación.
El tiempo de todas las profecías.
Jamás la luz se vistió de negro.
Jamás hubo camino sin indignación.
No hay mayor enemigo del amor que el miedo.
No existe mayor subversión que el amor.”
Cristianismo y ecología 