
19. La falta de hijos, que provoca un envejecimiento de las poblaciones, junto con el abandono de los ancianos a una dolorosa soledad, es un modo sutil de expresar que todo termina con nosotros, que sólo cuentan nuestros intereses individuales. Así, «objeto de descarte no es sólo el alimento o los bienes superfluos, sino con frecuencia los mismos seres humanos»[14]. Vimos lo que sucedió con las personas mayores en algunos lugares del mundo a causa del coronavirus. No tenían que morir así. Pero en realidad algo semejante ya había ocurrido a causa de olas de calor y en otras circunstancias: cruelmente descartados. No advertimos que aislar a los ancianos y abandonarlos a cargo de otros sin un adecuado y cercano acompañamiento de la familia, mutila y empobrece a la misma familia. Además, termina privando a los jóvenes de ese necesario contacto con sus raíces y con una sabiduría que la juventud por sí sola no puede alcanzar.
[14] Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (13 enero 2014): AAS 106 (2014), 83-84; L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (17 enero 2014), p. 7.
Una cultura del descarte, del abandono, del olvido... Una cultura que no es cultura, porque ya no rinde culto. Que sólo se basa en el propio interés. En la propia perspectiva. En la propia emoción. Y es que el otro no tiene derecho a emoción. Ni a emocionarse. Ni a emocionarnos. Cortocircuito de la empatía, que nos hace vulnerables. ¿Y si no me preocupo del anciano porque ni siquiera me preocupo de mí mismo?
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