LS 69. Contemplar la vida

69.  A la vez que podemos hacer un uso responsable de las cosas, estamos llamados a reconocer que los demás seres vivos tienen un valor propio ante Dios y, «por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria», porque el Señor se regocija en sus obras (cf. Sal 104,31). Precisamente por su dignidad única y por estar dotado de inteligencia, el ser humano está llamado a respetar lo creado con sus leyes internas, ya que «por la sabiduría el Señor fundó la tierra» (Pr 3,19). Hoy la Iglesia no dice simplemente que las demás criaturas están completamente subordinadas al bien del ser humano, como si no tuvieran un valor en sí mismas y nosotros pudiéramos disponer de ellas a voluntad. Por eso los Obispos de Alemania enseñaron que en las demás criaturas «se podría hablar de la prioridad del ser sobre el ser útiles». El Catecismo cuestiona de manera muy directa e insistente lo que sería un antropocentrismo desviado: «Toda criatura posee su bondad y su perfección propias […] Las distintas criaturas, queridas en su ser propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas».

Imagen enlazada de https://haydensanimalfacts.files.wordpress.com/2015/06/greater-flamingo.jpg

La invitación es ahora muy clara: no sólo hay que respetar el orden de lo creado, y escuchar la llamada de Dios a cuidar la creación siguiendo sus leyes internas, sino que hay que ser capaz de descubrir en cada ser vivo una manifestación de Dios, lo que hace que cada vida cobre valor para nosotros. Dejan de ser mercancías, herramientas o simples medios para ser, de alguna manera, hermanos y hermanas, al estilo en que san Francisco vivía, por ejemplo, al «hermano lobo».

Probablemente para ello no es suficiente el mero deber de reconocer ese valor, sino que quizás yendo más al fondo, a la contemplación directa de esa vida, con su complejidad y belleza, nos sea más fácil descubrir esa dignidad propia de cada ser vivo, reflejo, como queda dicho, de la presencia creadora de Dios. Y esa contemplación probablemente nos ayude a disfrutar de la vida en sí, sin la infinidad de medios con que con frecuencia procuramos vivirla, como si por sí misma no fuera suficiente para llenarnos…

Contemplar la vida… Quizás sea la mejor manera de dejar de expoliarla.

Miguel Ángel

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