68. Esta responsabilidad ante una tierra que es de Dios implica que el ser humano, dotado de inteligencia, respete las leyes de la naturaleza y los delicados equilibrios entre los seres de este mundo, porque « él lo ordenó y fueron creados, él los fijó por siempre, por los siglos, y les dio una ley que nunca pasará » (Sal 148,5b-6). De ahí que la legislación bíblica se detenga a proponer al ser humano varias normas, no sólo en relación con los demás seres humanos, sino también en relación con los demás seres vivos: « Si ves caído en el camino el asno o el buey de tu hermano, no te desentenderás de ellos […] Cuando encuentres en el camino un nido de ave en un árbol o sobre la tierra, y esté la madre echada sobre los pichones o sobre los huevos, no tomarás a la madre con los hijos » (Dt 22,4.6). En esta línea, el descanso del séptimo día no se propone sólo para el ser humano, sino también « para que reposen tu buey y tu asno » (Ex 23,12). De este modo advertimos que la Biblia no da lugar a un antropocentrismo despótico que se desentienda de las demás criaturas (Lv 25,23).
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El lugar que el ser humano tiene en la creación, y la responsabilidad que eso conlleva, no le hace dueño y señor de la misma, sino más bien administrador que no debe olvidar cuáles son las instrucciones que su verdadero señor le ha puesto por delante. Acoger, contemplar y asombrarse sobre la realidad ante la que se encuentra o, mejor, en la que se encuentra insertado, es pues un requisito especial para la buena gestión que podamos hacer de la creación.
Y ha de ser una gestión integral, que busca una «calidad total», usando un lenguaje tan en boga en estas décadas. No podemos gestionar nuestros propios intereses y necesidades sin tener en cuenta, además, los intereses y necesidades del resto de seres vivos, del resto de entidades con las que convivimos y en las que nos movemos. No, al menos, desde una óptica integral.
No es de extrañar que esa gestión integral sea un deseo que merece la pena expresar, y que tan bellamente nos canta Roberto Carlos. Aunque, como hacemos tantas veces, proyectando en otros seres vivos nuestros propios ideales, como si la Naturaleza, o cualquiera de sus habitantes, pudiera alcanzar la perfección a la que nosotros no llegamos…
Miguel Ángel