Lucas 18, o reconocerse en las manos de Dios

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:

«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
-“¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
-“¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.

Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Palabra de Dios

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El tema de la justificación (es decir, de cómo alguien llega a ser considerado justo a los ojos de Dios) es un tema fundamental en la carta a los Romanos. Y mientras la justificación por la fe ha sido motivo de controversia entre las diferentes iglesias (siendo uno de los motivos de la ruptura entre católicos y protestantes, hasta la lectura compartida entre las tradiciones católica y luterana), en lo que no ha habido nunca duda es con respecto a quién es el protagonista de la justificación, quién es quien realmente justifica: el mismo Dios.

La parábola «del fariseo y el publicano» que nos ofrece el capítulo 18 del evangelio de Lucas incide plenamente en este tema, ofreciéndonos dos modos de oración, de ponernos de forma consciente en la presencia de Dios: hablar de uno mismo, o abrirse plenamente a la misericordia divina. Y Jesús sanciona la segunda como la que realmente justifica.

En el texto encuentra mucha resonancia bíblica el párrafo 115 de la encíclica Laudato si’, que atribuye la crisis ecológica a una crisis antropológica, que se concreta en la pérdida, por parte del ser humano, de la conciencia de su relación con Dios. Es precisamente el ser humano que se cree centro y protagonista de la creación, que elabora su propio discurso y vive en base a él, el que «pierde el norte» y genera los desequilibrios ecológicos que hoy encontramos. Y por ello es necesario que se des-centre y encuentre su verdadero lugar en la creación: un lugar privilegiado, sí, pero siempre consciente de que está en las manos de Dios y que a ellas debe volver. Que su papel en la Tierra es un papel delegado, y no autoproclamado como gestor de la creación. Y que tan sólo puede arrodillarse ante la grandeza de Dios para tratar de descubrir, con humildad, lo que Dios pretende de él…

Es Dios el que justifica, y no el ser humano, inundado de su propio discurso tecnocrático de logros y méritos adquiridos. Es Dios el que justifica, y al ser humano sólo le corresponde… dejarse justificar. Y vivir en consecuencia.

Miguel Ángel

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