Cada vez se aprecia una mayor preocupación por las cuestiones medioambientales en la Iglesia, sobre todo desde el empujón que ha supuesto para ello la publicación de la encíclica Laudato si, del papa Francisco. La dimensión ecológica de la fe se va poniendo de manifiesto en múltiples iniciativas, y son frecuentes los entornos de fe en los que encuentran eco las iniciativas de sostenibilidad que se proponen desde diferentes ámbitos. La «ecología aplicada» parece estar haciéndose hueco, afortunadamente, en la dinámica eclesial.
Pero ¿se agota con ello la riqueza de la relación entre ecología y fe, entre ecología y cristianismo? Es cierto que la crisis medioambiental funciona como un auténtico signo de los tiempos, que interpela no sólo a la vida humana en general, sino también a la fe que compartimos. Y desde ahí tiene pleno sentido que nos preocupemos por la repercusión medioambiental de lo que hacemos. El medio ambiente se convierte así en escenario en el que vivir nuestra fe, pero también es cierto que pudiera funcionar como lugar teológico desde el que pudiéramos acercarnos, de una forma renovada, a la riqueza de dicha fe. Y podríamos encontrarnos con la sorpresa de tener una espiritualidad ecológica ampliamente desarrollada en la tradición cristiana de la que, posiblemente, no hayamos sido totalmente conscientes. Más allá del Cántico de las Criaturas de san Francisco, más allá del uso alegórico de la naturaleza en algunas de las parábolas que el Evangelio pone en boca de Jesús y, por supuesto, más allá de la espiritualidad ecológica que rezuma de la Laudato si’, sin que ninguno de estos hitos pierda nada de su profundo valor.
Vamos a iniciar un recorrido en píldoras por textos de la Biblia, de la enseñanza de los Padres, de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia, que nos abran los ojos ante esa realidad. Vamos a dejarnos interpelar por la riqueza de esos textos, y vamos a su vez a interpelar a esos textos desde la perspectiva ecológica para no dejar escapar ninguna de sus riquezas. Seguro que el camino se hace interesante.
Y por si quieres ir anticipando la primera etapa de ese camino, puedes ir leyendo (y orando) el salmo 104, uno de los conocidos como «salmos de la creación» que destila admiración por la Naturaleza y, sobre todo, admiración y recogimiento ante la grandeza del Creador.