Continuamos hoy con la lectura meditada del mensaje papal para esta Cuaresma que comienza en unos días. Ayer hablábamos del gozo del encuentro profundo con uno mismo y con Dios como preparación para los misterios pascuales, hoy nos adentramos en la dimensión «ecológica» de la redención, de cómo esta alcanza a la creación a través de los seres humanos reconciliados con Dios.
MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CUARESMA DE 2019
«La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8,19)
1. La redención de la creación
La celebración del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, culmen del año litúrgico, nos llama una y otra vez a vivir un itinerario de preparación, conscientes de que ser conformes a Cristo (cf. Rm 8,29) es un don inestimable de la misericordia de Dios.
Si el hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que se deja llevar por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14), y sabe reconocer y poner en práctica la ley de Dios, comenzando por la que está inscrita en su corazón y en la naturaleza, beneficia también a la creación, cooperando en su redención. Por esto, la creación —dice san Pablo— desea ardientemente que se manifiesten los hijos de Dios, es decir, que cuantos gozan de la gracia del misterio pascual de Jesús disfruten plenamente de sus frutos, destinados a alcanzar su maduración completa en la redención del mismo cuerpo humano. Cuando la caridad de Cristo transfigura la vida de los santos —espíritu, alma y cuerpo—, estos alaban a Dios y, con la oración, la contemplación y el arte hacen partícipes de ello también a las criaturas, como demuestra de forma admirable el “Cántico del hermano sol” de san Francisco de Asís (cf. Enc. Laudato si’, 87). Sin embargo, en este mundo la armonía generada por la redención está amenazada, hoy y siempre, por la fuerza negativa del pecado y de la muerte.
La misión de la repetición del itinerario anual Cuaresma-Pascua es irnos conformando progresivamente en Cristo. Conformación que, por cierto, no es presentada como realidad aburrida, sino como «don inestimable», donque hemos de agradecer y que procede de la misericordia de Dios. Es la atención desinteresada que Dios nos presta a cada uno la que nos regala la posibilidad de ser-como Cristo, de alcanzar la plenitud de la realidad humana abierta al mismo Dios. Dios no quiere otra cosa que nos hagamos conscientes de quiénes somos y de lo que somos, creaturas de Dios abiertas a su don.
Y de alguna manera, como «conciencia de la creación», esa redención vivida por nosotros extiende su ámbito de influencia sobre el resto de la realidad en la que vivimos. Es la creación en su totalidad la que desea, la que anhela nuestra plena conversión en hijos de Dios para hacerse partícipes de ella. Y cuando nos sentimos en comunión, en profunda conexión con la realidad en la que vivimos, con la casa común, con nuestra hermana-madre Tierra, surgen de nuestro interior, del alma interior de los santos, manifestaciones hermosas de esa fe en un Dios que redime la realidad plena, y al que la misma realidad plena sirve. Sólo desde esa experiencia profunda es posible el Cántico de las criaturas de san Francisco.
No obstante, se trata de un dinamismo siempre amenazado por el pecado y por la muerte. Aunque ése va a ser el contenido del siguiente apartado del Mensaje, podemos consolarnos por adelantado si contemplamos cómo san Francisco se acerca al fina de su Cántico de las criaturas integrando a la propia muerte:
Alabado seas, mi Señor,
por nuestra hermana muerte corporal,
de la cual ningún hombre viviente puede escapar.
Ay de aquellos que mueran
en pecado mortal.
Bienaventurados a los que encontrará
en tu santísima voluntad
porque la muerte segunda no les hará mal.
No es de extrañar que, con todo este recorrido, el Cántico no tenga más remedio que acabar aludiendo a la humildad:
Alaben y bendigan a mi Señor
y denle gracias y sírvanle con gran humildad.
Si la redención «habita» en algún sitio, ese sitio es, probablemente, la humildad.
Miguel Ángel (Las Rosas)