Un día más vuelve la utopía, hoy en palabras de Isaías: «Habitará el lobo con el cordero… el león como el buey, comerá paja [un inserto vegano en plena antigüedad]… Nadie causará daño ni estrago…». Y todo ello porque surgirá un renuevo del tronco de Jesé sobre el que se posará el Espíritu del Señor, y que juzgará con justicia y rectitud. Es el anuncio de la llegada futura del Mesías, pero que una vez que ésta se ha producido en Jesús, queda abierto al adviento escatológico en el que se verán definitivamente colmadas las esperanzas del ser humano…
Y todo ello desde un humilde ejemplo de vida, de vida vegetal: un viejo tronco seco del que surge un nuevo brote… ¡Cuánta fuerza de vida en esa imagen, cuánta fuerza de esperanza! Una esperanza que también comparte el papa en su encíclica Laudato si, en la que refleja la posibilidad de cambio que radica en la especie humana, puesto que «sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común» (LS 13). Aún hay espacio para la utopía; aún hay espacio, por tanto, no sólo para salvar la casa común, sino para mejorar nuestra cualidad de casa común para el resto de los seres vivos, para el resto de la humanidad sufriente.
Ciertamente, la humildad del ejemplo casa perfectamente con la situación que vivimos en la actualidad, donde los grandes de la Tierra parecen estar mirando más al enfrentamiento y al dominio que al encuentro y la comunión entre países, pueblos y naciones. Deben ser, por tanto, los sencillos los que puedan aportar esperanza, esos sencillos a los que la vida, la verdadera vida, ha sido revelada, como exclama Jesús con plena espontaneidad en el texto que hoy nos ofrece Lucas. Y, tal y como concluye ese mismo texto, quizás deberíamos sentirnos agradecidos porque, a pesar de todos los problemas que puedan existir, hemos tenido suerte de ver lo que hemos visto y oír lo que hemos oído en esta carta ecológica, la Laudato si, que nos llevará a mirar al planeta y a la vida, al mismo Dios en definitiva, con otros ojos. Ojos también renovados, ojos que ojalá nos iluminen el corazón y nos hagan constructores de paz y cuidadores de la creación.