«Yo mismo iré a curarlo» (ecoADV2018-12.03)

Los sueños utópicos no nos son ajenos. En absulto. Máxime cuando nos hablan de unidad, de paz y de armonía, como el que las lecturas de hoy nos presentan en el libro de Isaías. «Las lanzas se convertirán en podaderas»… ¡Qué hermoso! Y todo ello como respuesta a la llamada del Señor.

Hoy, al menos en occidente, no podamos decir que mucha gente viva su vida como respuesta a esa llamada del Señor. Ni siquiera cree ya en «un futuro feliz» (LS 113). Pero lo que sí es cierto es que hoy la humanidad está percibiendo una llamada crítica que viene de más allá de ella misma, de algo más grande que el propio hombre (pero que, con todo, está en peligro): la Naturaleza, el conjunto de la Creación. Una llamada a la que, por supuesto, puede no responder, o que incluso puede pretender negar, pero que está ahí y le supera. Quizás sea la experiencia de trascendencia que tiene hoy más a mano…

Pocos son los que están dispuestos a responder de inmediato, como Jesús hace ante la petición del centurión: «Yo mismo iré». Su disponibilidad era absoluta; la nuestra a veces se tambalea, pero también intentamos ir, tomar conciencia y actuar, ponernos manos a la obra. Eso sí, lo tenemos que hacer sin los poderes y capacidades de Jesús, sin las manos siervas de quienes están bajo las órdenes del centurión; nos toca pringarnos en la realidad, y llegar hasta donde podamos con nuestras propias manos…

¿O quizás estemos engañados? ¿No existen mecanismos multiplicadores o concentradores de nuestra acción, que nos hagan llegar más allá de lo que podríamos hacer nosotros directamente? Yo pienso que sí: mecanismos nutridos por voluntarios, por personas comprometidas, que permiten la actuación organizada para llegar a distancia. Comercio Justo, proyectos de desarrollo comunitario, movimientos de cambio social, grupos de cuidado de la Tierra… «La conversión ecológica que se requiere para crear un dinamismo de cambio duradero es también una conversión comunitaria», nos dice el papa (LS 219).

Dejémonos, pues, instruir en los caminos del Señor, caminar por sus sendas, y seamos creativos en las formas con que llegar tanto directa como indirectamente, a través de redes comunitarias, para aliviar el sufrimiento de las personas y del planeta. Quizás así vayamos haciendo más creíble, y quizás hasta más posible (aunque siempre en las manos de Dios), la utopía a la que nos referíamos al inicio.

Miguel Ángel

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