Esta mañana, la monición de la Eucaristía en la parroquia de Nuestra Señora de las Rosas (Madrid) nos adelantaba la presencia de la lepra como enfermedad en las lecturas, y nos invitaba a considerar la lepra como metáfora de otras “enfermedades” de hoy en día, como la pobreza o el hambre. Y poco después se leía la primera lectura, del libro del Levítico, donde se afirmaba categóricamente:
El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado… Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.
No pude evitar pensar en la realidad de esas enfermedades actuales, y en concreto, de la pobreza. No sé si el orden económico imperante necesita pobres para existir, pero lo que si me queda claro es que expulsa a los pobres de su núcleo (como magníficamente metaforizaba la película “Elysium“). Y cuán cierto es que hoy los pobres quedan aislados y expulsados de la sociedad, lejos a sus “centros de decisión”, de forma que la existencia de la pobreza aparece como algo marginal a nuestro sistema económico, a nuestra forma de vida cotidiana.
Y lo más grave es que la pobreza como realidad, la existencia de pobres, queda también expulsada del ámbito académico, y se sigue justificando día a día una economía que mata, una economía que excluye, una economía que se autoalimenta a sí misma, que colma las bolsas llenas de dinero de los más afortunados depredando cada vez más los recursos de los menos afortunados y, junto a ellos, hasta los valores de la propia sociedad, menospreciando cada vez más a quienes parecen “incapaces” de entrar en su dinámica y de someterse a sus más crueles mandamientos… Y que día a día genera cada vez más pobres y excluidos, y que está poniendo en solfa incluso a las propias sociedades occidentales…
Y en ese contexto,
se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.»
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.»
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio (Mc 1).
Jesús rompe la ruptura y se deja acercar por el aislado, excluido, expulsado… Sin ningún rechazo, sino con una actitud de total acogida y servicio. Rompiendo vallas, fronteras, visados, diferencias, y entendiendo al otro ser humano, al excluido, como un hermano, y como un hermano necesitado.
Francisco de Asís también lo vió así de claro, y esa apertura le cambió la vida, y pasó de acoger al excluido a valorar la vida y la Naturaleza en toda su plenitud. Una prueba más de la profunda conexión entre acoger al hermano necesitado y acoger, valorar y cuidar la casa común que compartimos… Sin embargo, por desgracia, ser patrón de la ecología no le convierte en patrón de la economía, y nuestra economía se comporta como una gran depredadora de la naturaleza y de muchos seres humanos.
Necesitamos una economía más ecológica, más regida por la “lógica de la casa” (de nuestra casa común) y de sus habitantes (sobre todo de los más necesitados y sufrientes). Una economía que acoja y no expulse, que valore y no condene, que una y no separe… Una economía tocada por los pobres, por esos pobres a los que el sistema expulsa a la periferia. Una economía pensada y enseñada por hermanos de los pobres, por personas conscientes y sintientes de esa realidad que no podemos seguir olvidando.
Y aquí tendrían que destacar los economistas cristianos, unos economista que deberían negarse a colaborar en un tipo de economía que es más bien econo-dura, imposición ciega e irracional de criterios que no respetan la casa común ni a sus habitantes. Pero no, por desgracia no se nota mucho esa legión de economistas tocados por los pobres, tocados por el corazón de Jesús…