6. Mi predecesor Benedicto XVI renovó la invitación a «eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial y corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente». Recordó que el mundo no puede ser analizado sólo aislando uno de sus aspectos, porque «el libro de la naturaleza es uno e indivisible», e incluye el ambiente, la vida, la sexualidad, la familia, las relaciones sociales, etc. Por consiguiente, «la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana ».
El Papa Benedicto nos propuso reconocer que el ambiente natural está lleno de heridas producidas por nuestro comportamiento irresponsable. También el ambiente social tiene sus heridas. Pero todas ellas se deben en el fondo al mismo mal, es decir, a la idea de que no existen verdades indiscutibles que guíen nuestras vidas, por lo cual la libertad humana no tiene límites. Se olvida que «el hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza». Con paternal preocupación, nos invitó a tomar conciencia de que la creación se ve perjudicada «donde nosotros mismos somos las últimas instancias, donde el conjunto es simplemente una propiedad nuestra y el consumo es sólo para nosotros mismos. El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que sólo nos vemos a nosotros mismos»
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Cuando nos creemos maestros de ceremonias en un festival que es todo para nosotros, es fácil incurrir en la tentación de pensar que no hay más condiciones que las que nos ponemos nosotros mismos. Y como nuestra mirada es, tantas veces, de corta distancia, no apreciamos, en el espacio, el daño que nuestras acciones pueden provocar a otros seres humanos o a la propia naturaleza, y, en el tiempo, las consecuencias que nuestras actitudes pueden tener en las generaciones venideras. No tenemos la perspectiva suficiente para poder atrapar toda la realidad y darla sentido y, sin embargo, sí nos creemos capaces de tomar las decisiones adecuadas y de poder resolver cualquier tipo de problema que nosotros mismos podamos generar.
Seamos creyentes o no, debemos ser conscientes de que somos parte de una realidad cuya globalidad se nos escapa, y que lo mejor que podemos hacer es ser aprendices de esa realidad: aprender de sus ritmos, aprender de sus ciclos, aprender de su vida. Y sentir un inmenso respeto hacia esa totalidad que es la Vida, la vida que nos rodea, pero también la vida que nos da nuestra propia vida. Seamos creyentes o no, la mejor actitud que podemos tener ante el mundo que nos rodea es la de admiración y respeto. Y sólo desde ahí podremos ser conscientes de lo que somos y de lo que podemos y debemos hacer. Porque cualquier otra cosa irá en detrimento de nosotros mismos, de los demás y de la totalidad de vida que nos rodea.