Isaías 40, o la dimensión ecológica de nuestras crisis personales

Lectura del libro de Isaías,  40, 25-31

«¿Con quién podréis compararme, quien es semejante a mí?», dice el Santo.
Alzad los ojos a lo alto y mirad: ¿quién creó todo esto?
Es él, que despliega su ejército al completo y a cada uno convoca por su nombre. Ante su grandioso poder, y su robusta fuerza, ninguno falta a su llamada.
¿Por qué andas diciendo, Jacob, y por qué murmuras, Israel: «Al Señor no le importa mi destino, mi Dios pasa por alto mis derechos»?
¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído?
El Señor es un Dios eterno que ha creado los confines de la tierra.
No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia.
Fortalece a quien está cansado, acrecienta el vigor del exhausto.
Se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan.

Palabra de Dios

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Vengo defendiendo en estas páginas que no podemos limitar la ecología a un mero añadido a nuestra fe, un ámbito de actuación más en el que concretar nuestro compromiso con la vida. Por el contrario, me parece que la intuición ecológica integral puede ayudarnos a replantear nuestra fe y a ponerla más en sintonía con la realidad actual.

Y el texto que traemos hoy a colación, procedente de las lecturas de esta pasada semana, refleja muy bien a mi parecer la convicción ecológica de fondo: todo está conectado, y todos en el fondo somos criaturas de Dios. Por eso nos asombra su inmensidad, su inconmesurabilidad, su poder… Una experiencia, la del asombro ante esa Presencia, que puede tener su anticipo en la contemplación de la Naturaleza y nuestra vinculación con ella, con una realidad que nos desborda, que nos rodea y sustenta, ante la cual sentimos nuestra pequeñez.

Algo así percibe Isaías. Y acto seguido se muestra la contradicción que supone pensar, sin embargo, que nuestro ombligo es el centro del mundo, y que nuestros problemas son «el problema» para Dios. Aquí podemos apreciar la cortedad de miras que tantas veces nos caracteriza.

Pero, efectivamente, ¿qué son mis cuitas ante la grandeza de la realidad?  ¿Se va a hundir el mundo, se va a quebrar el mar…? ¿Qué abultan realmente mis crisis ante la grandeza de Dios?

No hemos de perder la confianza. Dios está, está ahí, delante tuyo, rodeándote, amándote… Y los problemas, las tribulaciones, no son más que pequeños incidentes en nuestra vida. Que no nos despisten, que no nos agobien…

Miguel Ángel

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