LS 52. ¿Deuda externa sí, deuda ecológica no?

52. La deuda externa de los países pobres se ha convertido en un instrumento de control, pero no ocurre lo mismo con la deuda ecológica. De diversas maneras, los pueblos en vías de desarrollo, donde se encuentran las más importantes reservas de la biosfera, siguen alimentando el desarrollo de los países más ricos a costa de su presente y de su futuro.La tierra de los pobres del Sur es rica y poco contaminada, pero el acceso a la propiedad de los bienes y recursos para satisfacer sus necesidades vitales les está vedado por un sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso. Es necesario que los países desarrollados contribuyan a resolver esta deuda limitando de manera importante el consumo de energía no renovable y aportando recursos a los países más necesitados para apoyar políticas y programas de desarrollo sostenible. Las regiones y los países más pobres tienen menos posibilidades de adoptar nuevos modelos en orden a reducir el impacto ambiental, porque no tienen la capacitación para desarrollar los procesos necesarios y no pueden cubrir los costos. Por eso, hay que mantener con claridad la conciencia de que en el cambio climático hay responsabilidades diversificadas y, como dijeron los Obispos de Estados Unidos, corresponde enfocarse «especialmente en las necesidades de los pobres, débiles y vulnerables, en un debate a menudo dominado por intereses más poderosos»[31]. Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana. No hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan aislarnos, y por eso mismo tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia.

Imagen tomada de http://www.iade.org.ar/sites/www.iade.org.ar/files/styles/imagen_noticias_detalle/public/deuda_0.jpg?itok=T5KZQ4xI

El desarrollo económico de un país es, como tantos otros procesos humanos, ambiguo. Suele responder a una ventaja competitiva del país que se desarrolla, pero puede acabar reforzándose a través de un círculo vicioso de opresión y explotación sobre otros países. Tiene elementos claramente positivos, como la mejora de las condiciones de vida de los habitantes del país que se desarolla (una mejora de su cultura, de su salud, etc), pero con frecuencia se consigue con repercusiones negativas, generalmente no buscadas por sí mismas, sobre otros lugares del mundo. Lo triste es que, aunque nos hagamos conscientes de ellas, tendemos a no tenerlas en cuenta, porque no nos interesa… De ahí que el Papa llegue a hablarnos de la globalización de la indiferencia como característica de este tiempo.

La economía de mercado está basada en la valoración de precios a partir no sólo del coste de producción, sino también del equilibrio de la oferta y demanda de productos. Y en esta ecuación no aparecen para nada los costes no monetarios, destacando entre ellos los costes medioambientales. Por ello no es de extrañar que la «deuda ecológica», el coste medioambiental que los países desarrollados no «abonan» a los países productores de muchas de sus materias primas y productos de consumo, no contribuya a equilibrar la «deuda económica», más conocida como «deuda externa» adquirida por estos países hacia los países más desarrollados a partir de situaciones que generalmente no se caracterizan por un trato justo entre ellos.

Es curioso, porque si todo es de todos, como dice la canción de Luis Guitarra que hoy nos acompaña, los beneficios y costes meramente monetarios de la producción y consumo de materiales deberían repartirse entre todos, y los costes y responsabilidades no valoradas económicamente, pero posiblemente más importantes, también deberían repartirse entre todos. No puede haber justicia internacional si no hay reparto equitativo de responsabilidades. Y no hay reparto equitativo si los países más desarrollados no asumimos el mayor esfuerzo que nos corresponde hacer en la mejora del medio ambiente y de las condiciones de vida de los países no tan desarrollados.

Miguel Ángel

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