San Juan Pablo II: acoger, contemplar y compartir la vida

Continuamos con el mensaje de Juan Pablo II en la Jornada Mundial de la Paz de 1990. La vida, el cosmos, es una realidad dinámica cuyos frutos debemos compartir todos.

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8. La teología, la filosofía y la ciencia concuerdan en la visión de un universo armónico, o sea, un verdadero «cosmos», dotado de una integridad propia y de un equilibrio interno y dinámico. Este orden debe ser respetado: la humanidad está llamada a explorarlo y a descubrirlo con prudente cautela, así como a hacer uso de él salvaguardando su integridad. 

Por otra parte, la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben ser para beneficio de todos. «Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todo el género humano», ha afirmado el Concilio Vaticano II (Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 69). Esto tiene implicaciones directas para nuestro problema. Es injusto que pocos privilegiados sigan acumulando bienes superfluos, despilfarrando los recursos disponibles, cuando una gran multitud de personas vive en condiciones de miseria, en el más bajo nivel de supervivencia. Y es la misma dimensión dramática del desequilibrio ecológico la que nos enseña ahora cómo la avidez y el egoísmo, individual y colectivo, son contrarios al orden de la creación, que implica también la mutua interdependencia.

Los distintos saberes humanos están de acuerdo en algo: en que el universo es un cosmos, es decir, una realidad dotada de orden. Habrá, por tanto, que abrirse a ese orden mediante el conocimiento y el análisis, pero también será necesaria una actitud de contemplación humilde y de asunción de su grandeza y de nuestra pequeñez de forma simultánea. Conocer y contemplar nos llevarán, paso a paso, a encontrar nuestro verdadero lugar en una realidad que con tanta grandeza nos supera.

Y no hemos de olvidar que una de las reglas de ese universo es la interdependencia, la relación. «Todo está conectado», dirá el papa Francisco en la Laudato si. No podemos entendernos si no es en relación con otros. Y, en particular, con el resto de los seres humanos, con los cuales compartimos esta herencia común que es el universo, que es la vida. Por eso, la desigualdad consentida y, sobre todo, deseada,  es un atentado contra el orden de la creación.

Conozcamos y contemplemos la vida, el universo, para poder asumir sus reglas de funcionamiento, que pasan por el compartir con nuestros hermanos y con el resto de seres vivos los recursos que esa vida pone en nuestras manos.

Miguel Ángel

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