Hoy, día de la Palabra y de la Eucaristía, dejamos que sea sólo la Palabra la que nos interpele:
Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañaron: aves, ganado y fieras (Gn 9)
Yo los traje a una tierra fértil, para que comieran de sus frutos y de su abundancia. Pero ustedes vinieron y contaminaron mi tierra; hicieron de mi heredad algo abominable (Jer 2)
Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad (Sal 24)
Con este Espíritu, fue a proclamar su mensaje a los espíritus encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes (1Pe 3)
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto (Mc 1)
Sí, acompañamos a Jesús al desierto, a un espacio áspero y rudo en el que encontramos nuestra propia miseria, nuestra propia limitación. Y la asumimos, la hacemos más nuestra, la maduramos y dejamos que el Señor la temple y acrisole.
Nos espera una dura semana: ¡Cuántos residuos inútiles generamos! ¿Qué haremos?