Continuando con la presentación de las dinámicas que desarrollamos a lo largo del primer retiro de Espiritualidad Cristiana en Clave Ecológica, y tras el primer contacto que supuso con la naturaleza la dinámica que presentamos en la anterior entrada del blog, pasamos ahora a comentar lo que preparamos para la noche, antes de acostarnos y después de compartir, en la sobremesa de la cena, los itinerarios personales que nos habían llevado hasta allí.
El objetivo de la dinámica era el de acercarnos a la experiencia de asombro desde la contemplación del cielo estrellado. Esa experiencia de asombro está a la base, según muchos autores, de la experiencia espiritual, de aquella experiencia que te sitúa ante el mundo de una manera maravillada, consciente de su grandeza y de tu pequeñez en su seno.
Se trata de una experiencia que con toda seguridad nos ha acompañado como especie desde nuestro inicio: nadie menos que Kant nos dejó escrito, en su Crítica de la Razón Práctica, «Dos cosas llenan mi ánimo de creciente admiración y respeto a medida que pienso y profundizo en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí». Pero ya el salmo 8, mucho antes, hacía un canto de esta experiencia:

Con ese objetivo de fondo, y aprovechando que estábamos en una noche despejada y sin mucha contaminación lumínica, preparamos un ratito de contemplación del cielo estrellado que nos conectara con esa experiencia primigenia del asombro y con tantos hombres y mujeres que, antes de nosotros, habrían sentido algo parecido. El guión lo preparó May García, y pudimos disfrutar de la experiencia y acabarla en una danza de fraternidad universal.
De esta manera completamos una tarde-noche de «inmersión vital y espiritual» en la creación y de consolidación del grupo humano, que nos dejaba preparados para orar (si no lo habíamos hecho ya, que seguro que sí), desde esa experiencia y desde la manifestación de Dios en nuestra vida y la de quienes nos rodean, tanto hermanos y seres humanos como el resto de criaturas de la creación.